Bohoslavsky, de penal

Pablo Bohoslavsky

Pablo B. se ha tomado tiempo. Lo que dura una larga y dolorosa digestión. Porque recién ahora, décadas después, regresa –se permite regresar– a la memoria de los años que se comió (porque la cárcel se come) en Rawson durante la Dictadura.

No es fácil. Esos años y esos recuerdos han ido decantando, se han destilado de miedos y de odios puntuales e imborrables que, por serlo, quedan acá implícitos, tácitos, conjurados por una memoria sensible y selectiva.

Ni morbo ni golpes bajos: el horror no tiene por qué ser explicitado, se desprende solo, fluye entre líneas como un sudor leve, frío y constante que acompaña cada escena, como un temblor de manos y vacilación de las voces visibles/audibles sin necesidad de registro alguno durante los ominosos diálogos en que la posibilidad de la muerte a plazo fijo es el sobreentendido.
El alarde de entereza que significa escribir –con pudor y sabia reticiencia– estos relatos atroces sin énfasis, patéticos, a menudo irónicos y repletos de paradojas, es tan revelador de entereza moral y memoria ética como el más atroz testimonio de tortura, la denuncia cara a cara de crímenes y criminales del terrorismo de Estado. Con nombres e iniciales que los identifican y ocultan a la vez, los protagonistas de estos textos, apuntes del natural de aparente pretensión anecdótica, son –militantes presos y carceleros burócratas y/o represores- personajes de destino perdurable. Quiero decir que los hombres que disfrutan de esta paradójica Cierta fortuna –“Muchachos, estamos de suerte. Vamos a la cárcel”– viven por sí mismos, más allá de la identificación puntual o la referencia documental, convertidos en auténticos personajes.

Internos y celadores, según la retórica del ámbito cerrado, microcosmos sin fisuras que reproduce en escala las posibilidades múltiples del escenario mayor de la Dictadura. Un dentista y un peluquero carcelarios –sádicos de manual pero con contradicciones– que parecen sacados de cuentos de García Márquez; paranoicos consecuentes hasta el delirio que hablan por señas; jugadores de una fantasmal partida de ajedrez hecha de golpecitos y anotaciones virtuales; dogmáticos pesimistas cultores de la más desgraciada profecía; jubilosos detectores de la desesperada esperanza más o menos meada por la suerte; consecuentes inquebrantables que encuentran la réplica final, el chiste de humor negro proferido contra el miedo y la desesperanza; y hasta algún oscuro jefe no arrastrado por la barbarie y la tentación de impunidad, que encuentra un resquicio para salvar algún tipo de código y a cierto anónimo condenado a la hora de pasar lista.

Todos están acá, convocados por la memoria de primera mano y de última hora de Pablo Bohoslavsky, para que al ser una vez más, tan bien dicho y escrito en estas historias, sea nunca más en la Historia a secas.

Juan Sasturain, abril de 2010

 
 

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